Todo y Nada
•20 septiembre, 2012 • 2 comentariosDespués de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.
José Hierro
Anatomía de un Beso
•6 septiembre, 2012 • 7 comentariosInfluencia Bohemia
•26 agosto, 2012 • 2 comentariosTras la ventana la noche tiembla. Unas voces juveniles cantan su borrachera al abrigo de la calle vacía. Un gato pardo va en busca del esquivo ratón y una puta apostada en la esquina espera, mientras expira el humo de la madrugada, a ese cliente que no llega. A Las cinco y diez la vida sigue y yo participo del espectáculo tras la ventana
Me he despertado con un te quiero en la boca que arrancó mi garganta de algún sueño agitado, violentando el silencio cálido de la habitación. A donde irá? Me pregunto mientras voy al baño. Quien será el destinatario? Sonrío y no. Estoy medio atontada. Mear y beber… Agua que sale y que entra a la vez, menuda estupidez. Ahora si me rio. Me pregunto si ese te quiero seguirá donde lo dejé o se habrá ido tras su destino, cual telegrama urgente enviado a una hora indecente.
Me tienta la idea de fumar un cigarrillo. Lo lio perezosa sin mucha motivación. Pongo la quinta de Mahler y cuando llega el adagietto me vence el deseo. Lento, suave, en un cuerpo a cuerpo con mi placer que dilato al son de las notas, acunando los dedos contra mi sexo. Dejo fluir la imaginación mientras los músculos se tensan, la respiración se agita y la humedad se extiende en busca de un gemido concupiscente.
Enciendo el cigarrillo y abro la ventana. Las voces se perdieron hace tiempo en la distancia, El gato vuelve a casa satisfecho y la puta ya no está en la esquina. Seis y seis de la madrugada. La brisa fría acaricia mi cara, un temblor recorre mi cerebro al tiempo que dos lágrimas se suicidan contra el suelo, nada particular. Las gaviotas rasgan con sus gritos el velo del amanecer, mientras yo vuelvo a la cama a reconciliarme con el sueño.